Además de refrescar el ambiente en verano, el arbolado urbano amortigua el viento y mejora la calidad del aire.
										
					Con las olas de calor del pasado verano en España, se ha hablado tanto sobre los refugios climáticos urbanos que incluso esa expresión se ha hecho ya popular entre los ciudadanos, oyéndose con frecuencia esos términos en cualquier conversación cotidiana.
Las redes de refugios climáticos existentes en algunas ciudades están integradas por diferentes espacios o equipamientos municipales, algunos interiores, como bibliotecas o centros cívicos, y otros exteriores, como parques, jardines o interiores de manzana. Es previsible que su número siga aumentando.
Es en este contexto cuando no está de más recordar las razones que explican por qué los parques y jardines urbanos siguen siendo el refugio climático natural por excelencia, el más sostenible. Tal como se ha comprobado para Barcelona, la mayoría de las personas adultas de más edad (54 %) prefieren utilizarlos de forma habitual para mitigar el calor. No obstante, también ofrecen en los meses más fríos otras ventajas socioambientales: mitigan el frío y el viento, mejoran la calidad del aire, atenúan el ruido y sirven de lugar de encuentro.
Los parques y espacios verdes desempeñan un importante papel en las ciudades, ya que amortiguan las oscilaciones de temperatura, aportan oxígeno a la atmósfera urbana, refrescan el aire y moderan las velocidades extremas de viento.
El diseño de la vegetación en los parques urbanos puede adecuarse para interceptar la radiación solar en situaciones de excesivo calor, o bien para no interferirla cuando lo que se desea es el efecto opuesto.
Los árboles, por ejemplo, interceptan cantidades de radiación solar directa que varían dependiendo de la densidad de su follaje, del tipo de copa y de si forman una capa o dosel suficientemente espeso. De la radiación que incide, una parte es reflejada (10-25%), mientras que entre un 15 y un 35 % queda absorbida por el árbol para utilizarla en los procesos de transpiración y fotosíntesis durante las horas de máxima insolación, dejando pasar, finalmente, entre un 30 y un 50 %.
Algunas especies de los géneros Acer y Quercus, como el arce y el roble, pueden llegar a absorber y reflejar en torno al 90 % de la radiación directa.
En los climas templados de latitudes medias, la necesidad de interceptar parte de la radiación solar directa varía según la época estacional. En los meses cálidos es deseable reducir al máximo la cantidad de radiación incidente que llega a la superficie. En cambio, en los meses fríos, será al contrario. Por esta razón son recomendables los grandes árboles de hoja caduca (plátano de sombra, almez, sófora, tipuana…), ya que se comportan como “persianas perfectas”: proporcionan sombra en verano y, en cambio, dejan pasar en mayor medida la radiación en invierno.

El arbolado urbano también participa en el control de la precipitación, al interceptar una parte y, con ello, aminorar el impacto de las gotas en el suelo.
Los árboles y las plantas, debido al proceso de transpiración, desprenden vapor de agua a través de los estomas (poros) de las hojas, por lo que son indispensables para rehidratar el ambiente excesivamente seco del medio urbano.
Los árboles pueden reducir, asimismo, la velocidad del viento y crear áreas protegidas, interfiriendo en los procesos de enfriamiento del aire por la evaporación. Con ellos se puede controlar el viento ya sea por obstrucción, conducción, desviación o filtración. El efecto y el grado de control varían, en todo caso, con el tamaño de las especies, así como con su forma y densidad. Árboles de hoja perenne, como los cipreses, se emplean como cortavientos.
La vegetación concentrada en los parques y jardines influye también directamente sobre la temperatura de la ciudad, amortiguando los valores elevados del verano y, en especial, disminuyendo la intensidad del efecto de la isla de calor urbano.
Así, es frecuente que en los parques (sobre todo, si son de ciertas dimensiones) se observe una significativa disminución de la temperatura en comparación con los lugares edificados de alrededor. Este efecto queda reflejado en los mapas de temperaturas de algunas ciudades, donde los parques aparecen como islas, islotes o células de frescor, con una menor temperatura, una mayor humedad relativa y producción de oxígeno.

El efecto se deja sentir, sobre todo, con vientos débiles o en calma y en noches claras o despejadas, justo cuando la isla de calor urbana está bien desarrollada. En ocasiones, la diferencia térmica provoca ligeros flujos de aire fresco que se extienden por las calles próximas, llamados “brisas de parque”.
En las ciudades españolas este efecto microclimático se conoce particularmente bien en el caso de Madrid, con varios estudios sobre el Parque de El Retiro, la Casa de Campo y otros. En un parque característicamente urbano como El Retiro (120 hectáreas de extensión) es bastante frecuente la aparición de una célula fresca de varios grados de diferencia en relación con las temperaturas de los barrios limítrofes.
De igual modo ocurre en el caso de Barcelona, con algunos de sus parques como el Turó Parc o el Parque de la Ciutadella. En este último, el más extenso de la ciudad (31 hectáreas), se ha llegado a medir a primeras horas de la noche una diferencia térmica de algo más de 5 °C entre un punto central del parque y las calles de su entorno.
Los parques urbanos son, por tanto, un elemento indispensable en el proceso de reverdecimiento de las ciudades. Un auténtico refugio climático natural que hay que seguir cuidando y fomentando.
Un artículo de María del Carmen Moreno García, Universitat de Barcelona.
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