La contaminación lumínica marina altera ecosistemas, desorienta especies y amenaza la biodiversidad costera a nivel global
Cada noche, mientras las ciudades duermen, el mar sigue despierto bajo una claridad artificial que se extiende desde la costa hasta kilómetros mar adentro. Farolas, hoteles, puertos, plataformas petrolíferas o barcos pesqueros emiten haces de luz que penetran hasta 20 metros bajo la superficie. Esta iluminación, imperceptible para muchos, se ha convertido en una forma creciente de contaminación: la lumínica.
Más del 23 % de las zonas costeras del planeta están ya expuestas a este fenómeno, conocido como ALAN (Artificial Light At Night), que altera gravemente el equilibrio natural de los ecosistemas marinos. En algunos casos, la luz artificial llega a extenderse hasta 20 kilómetros mar adentro, con impactos en cadena sobre el comportamiento, la reproducción y la supervivencia de numerosas especies.
Los seres vivos del mar, como los de la tierra, dependen de los ciclos de luz y oscuridad para sincronizar sus ritmos biológicos. Las tortugas marinas, por ejemplo, se guían por el reflejo de la luna en el agua al nacer. Sin embargo, en playas urbanizadas, hasta el 93 % de las crías se desorienta por la luz artificial y camina tierra adentro, con tasas de mortalidad de hasta el 70 %.
También los corales, que liberan sus gametos en sincronía con los ciclos lunares, se ven afectados. En zonas de arrecifes expuestas a ALAN, la fecundación puede reducirse hasta un 40 %, debilitando ecosistemas ya amenazados por el calentamiento global.
La luz artificial cambia el comportamiento de los peces. Algunas especies evitan las zonas iluminadas, reduciendo su capacidad de alimentarse o reproducirse. Otras, en cambio, aumentan su éxito de caza hasta en un 20 %, generando desequilibrios en la cadena alimentaria. En áreas portuarias iluminadas, las poblaciones de peces presa han disminuido un 25 %, y la supervivencia de juveniles se reduce hasta en un 30 %.
Los efectos invisibles alcanzan también al zooplancton, base de la mayoría de ecosistemas marinos. Esta biomasa, que asciende cada noche para alimentarse, reduce su migración nocturna hasta en un 60 % en zonas afectadas por ALAN, lo que afecta la nutrición de especies superiores y favorece, además, la proliferación de algas tóxicas. Solo en EE. UU., estas floraciones generan pérdidas económicas de hasta 82 millones de dólares anuales en sectores como la pesca y el turismo.
La contaminación lumínica no solo impacta en el mundo submarino. Aves marinas y migratorias chocan contra estructuras iluminadas por la noche; solo en EE. UU. se estima que esto le ocurre a mil millones de ejemplares cada año. También los mamíferos marinos ven alteradas sus rutas naturales, y organismos de las profundidades muestran estrés visual y desorientación ante la luz de plataformas o submarinos.
A diferencia de otros contaminantes, la luz artificial puede apagarse. Y eso la convierte en un problema solucionable. Medidas como dirigir la iluminación al suelo, emplear luces LED ámbar o establecer zonas oscuras protegidas han demostrado ser efectivas. En Florida, estas prácticas han mejorado notablemente la supervivencia de las tortugas marinas.
La protección del cielo nocturno debe ser entendida como una prioridad ambiental, tan importante como la calidad del agua o del aire. Con la expansión global del alumbrado, que crece entre un 2 % y un 3 % cada año, se estima que más del 60 % de los arrecifes del mundo están ya expuestos a ALAN.
La luz artificial permitió a la humanidad extender sus días. Pero hoy, devolver la noche al mar podría ser clave para preservar la vida que depende de la oscuridad. Porque si no aprendemos a respetarla, corremos el riesgo de apagar muchas especies para siempre.
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