El fenómeno de la isla de calor urbana agrava las altas temperaturas en verano, con efectos directos sobre la salud. Una planificación estratégica del arbolado urbano puede ser la solución más eficaz y sostenible
En verano, muchas ciudades se convierten en auténticos hornos. El fenómeno conocido como isla de calor urbana –la concentración del calor debida a los materiales, la densidad de población y el tráfico en las ciudades– no solo incomoda. También puede afectar seriamente a la salud, sobre todo en zonas densamente urbanizadas.
Hay una solución natural y eficaz que a menudo pasa desapercibida: los árboles. Sin embargo, no todos refrescan igual. Y no todas las ciudades tienen suficientes para marcar la diferencia.
Las ciudades están construidas con materiales que absorben el calor durante el día. El asfalto, por ejemplo, lo retiene y lo libera lentamente por la noche. Por eso, incluso cuando el sol se ha ido, las temperaturas siguen siendo altas.
En zonas urbanas densas como Madrid, la diferencia con respecto a áreas rurales puede llegar hasta los 8 ºC. Este calor acumulado no se disipa fácilmente. Los edificios altos y las calles estrechas crean lo que se conoce como “efecto cañón urbano”. El calor queda atrapado como en una olla a presión.
Si además hay poca vegetación, el resultado son diferencias notables de temperatura entre zonas urbanas y rurales. Este fenómeno está provocando un aumento de las noches tropicales –cuando la temperatura no baja de los 20°C– en muchas ciudades españolas.
Los árboles no solo dan sombra, también refrescan el aire mediante evapotranspiración –transferencia de humedad a la atmósfera–. Este proceso combina la evaporación del agua del suelo con la transpiración de las hojas. Así, se reduce la temperatura del entorno, especialmente en días calurosos.
Pero no todos los árboles tienen el mismo efecto. Algunas especies, por su forma, densidad de hojas y adaptación al clima, son especialmente eficaces para enfriar el ambiente urbano.
En un estudio realizado en Valencia, identificamos tres especies destacadas. El cinamomo (Melia azedarach) crece rápido y tiene hojas grandes y densas que generan sombra y humedad. El azahar de la China (Pittosporum tobira) resiste bien la sequía y tiene una copa baja y compacta, ideal para calles estrechas. Y el olmo común (Ulmus minor) tiene una copa amplia y ayuda a crear microclimas frescos, aunque su uso ha disminuido por su vulnerabilidad a enfermedades como la grafiosis, causada por un hongo.
En general, estas especies combinan copas densas, hojas grandes y troncos no muy altos. Además, se adaptan bien al clima mediterráneo. Por eso, son buenas opciones para ciudades como Valencia, Málaga o Sevilla, donde el calor urbano tiene un impacto notable en la mortalidad.
No obstante, solo una de estas especies es autóctona: el olmo. Las otras dos provienen de Asia. Por tanto, también es importante priorizar la plantación de especies propias. Estas están mejor adaptadas al entorno local y presentan menos riesgos ecológicos en los ecosistemas urbanos.
En muchas ciudades españolas, los árboles se concentran en parques o avenidas principales. Mientras tanto, algunos barrios residenciales, especialmente los más vulnerables, tienen menos vegetación. Esta desigualdad agrava el impacto del calor urbano.
No se trata solo de plantar más árboles. También hay que elegir bien qué especies se usan y dónde se colocan. Un árbol mal adaptado o mal ubicado puede tener un efecto limitado. En cambio, una planificación cuidadosa puede reducir la temperatura en zonas críticas.
Se deben seleccionar especies adaptadas al clima local, con alta capacidad de sombra y evapotranspiración. Además, es necesario priorizar aquellas zonas más vulnerables, donde el calor afecta más y hay menos vegetación. También es importante involucrar a la ciudadanía en los proyectos de reforestación urbana, fomentando el cuidado del espacio público. Por último, para conseguir efectos a mayor escala, el arbolado ha de integrarse en redes de infraestructura verde, conectándose con parques, jardines y espacios naturales.
Estas medidas no solo ayudan a combatir el calor. También mejoran la calidad del aire, aumentan la biodiversidad, reducen el consumo energético al requerir las viviendas menos climatización y pueden incluso revalorizar las viviendas cercanas.
Los árboles son mucho más que decoración urbana. Son infraestructura climática. Elegir bien qué especies plantar y dónde hacerlo puede marcar la diferencia entre una ciudad sofocante y una ciudad habitable.
En un contexto de cambio climático, apostar por el arbolado urbano es apostar por el bienestar, la salud y la resiliencia de nuestras ciudades.
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